Historias de sangre y honor

Uno de esos monólogos aleatorios pero atrapantes que pueblan la película “El estudiante” recuerda el famoso duelo entre Hipólito Irigoyen y Lisandro de la Torre ocurrido el 6 de septiembre de 1897. El futuro presidente radical no tenía idea de esgrima, por lo que apenas alcanzó a prepararse con un profesor durante los días previos. Para sorpresa de todos logró herir en varias oportunidades a de la Torre, saliendo victorioso del encuentro. El derrotado usaría una espesa barba para ocultar las cicatrices hasta el día de su suicidio en 1939. Por su parte, Irigoyen se volvería fanático del arte del esgrima, disciplina que practicaría hasta su vejez.



Aquellas personas que sienten añoranza por un tiempo que no vivieron suelen referirse al pasado como una época en la que la gente “tenía más valores y códigos de honor”. Esta lectura romántica en realidad no contempla que el honor de los caballeros de fines del siglo XIX y principios del XX era en realidad puro orgullo de clase, una idea que ciertos aristócratas les refregaban en la cara a otros aristócratas cuando se sentían ofendidos. Y si bien en las clases populares los duelos también eran comunes (la literatura gauchesca está poblada de ellos), la concepción exaltada por la Historia es aquella defendida por las familias patricias y los dandis caprichosos. Esto dice bastante sobre cuál es la tendencia ideológica de los textos históricos que triunfaron en el imaginario nacional.

De todas maneras es lógico idealizar al duelo como una solución sensata a ciertos conflictos. Era un método que no solo proponía una celeridad que ayuda a evitar lentos procedimientos jurídicos, si no que también tenía sus propios reglamentos que fomentaban la idea de que, si se hacía de una manera “civilizada”, agredir o matar a otra persona por una discusión estaba bien. Por esto cada país tuvo su jurisprudencia al respecto, rigiendo el primer “Manual Argentino de duelo” en 1878. Allí se especificaba que las disputas podían efectuarse con espada (más popular) o pistola, que cada contrincante debía tener un ‘padrino’ que lo representara e hiciera los preparativos para el evento y que mujeres, niños, ancianos y enfermos no podrían ser parte la práctica. En total hubo más de 2400 duelos registrados en Argentina, la mayoría de ellos en los barrios porteños de Palermo y Belgrano, donde hace algo más de un siglo este ritual fue una moda comparable a la abrir una cervecería artesanal en la actualidad.

La literatura universal se dejó tentar por esta actividad en varias oportunidades. Quizás la más conocida es “El duelo” de Joseph Conrad. Esta historia de obsesiones y códigos de honor es una maravilla difícil de describir en palabras. Un agravio aparentemente sin importancia termina enemistando para siempre a los tenientes Feraud y d’Hubert, quienes se van enfrentando en una serie de duelos con las guerras napoleónicas como fondo histórico. La prosa precisa de Conrad, que genera una extraña sensación de nostalgia por un mundo que se desvanece, sirvió de inspiración a Ridley Scott para su brillante debut cinematográfico con “Los duelistas” de 1977.

Pero hubo escritores que no se quedaron solo en el plano de la ficción y no dudaron en tomar las armas para solucionar un desagravio. Es el caso de  Alexander Sergei Pushkin, genio precoz y prolífico que a pesar de su fama llevó una vida novelesca que lo llevó a un constante endeudamiento. Aunque los duelos eran ilegales en Rusia, el autor de “La hija del capitán” participó de varios a lo largo de su vida hasta el fatal 8 de febrero de 1837, cuando su cuñado, un francés llamado Georges D’Anthés que cortejaba a la esposa del escritor, lo hirió de muerte de un disparo en el abdomen. Aunque el poeta agonizó durante dos días, perdonó a su agresor en su lecho de muerte.

Debido a su particular naturaleza los duelos podían prestarse a extrañas estrategias. Antes de alcanzar el éxito con el pseudónimo de Hans Fallada, el alemán Rudolf Wilhelm Ditzen era un joven inseguro que no podía resolver la atracción que sentía por su amigo Hanns Dietrich von Necker, un sentimiento que era recíproco. Corría el año 1911 y la homosexualidad estaba lejos de ser socialmente aceptada, por lo que los muchachos decidieron poner en escena un duelo, creyendo que de esa manera podrían disfrazar lo que en realidad era un pacto suicida sin desprestigiar a sus familias. Todo salió mal ya que – ironía fácil - Fallada no falló, matando a von Necker. Este último había disparado al aire intencionalmente para no herir a su amigo, quien al ser consciente del asesinato cometido, intentó suicidarse con un tiro en el pecho pero de alguna manera logró sobrevivir. El futuro escritor cumplió una condena de un año y medio en varias instituciones psiquiátricas, donde desarrolló una fuerte adicción a la morfina y al alcohol. Una vez libre pudo formar una familia, aunque siempre estuvo perseguido por el recuerdo de aquel fallido duelo adolescente mientras mantenía una relación tirante con el Partido Nazi. Su novela más popular lleva el elocuente título de “Pequeño hombre ¿y ahora qué?”.

Alemán era también el grupo de synth-pop Propaganda, que tuvo su hit más notorio en los 80’ con un tema llamado “Duel” que realiza un paralelismo entre una pareja que se derrumba y un sangriento duelo. “El primer corte no hiere para nada / El segundo te llena de preguntas / El tercero te pondrá de rodillas / Tú comienzas a sangrar y yo comienzo a gritar” dice el estribillo. Teniendo en cuenta que desde hace décadas los duelos están prohibidos en casi todos los países, hoy solo pueden disfrutase en forma de canción bailable. 

Propaganda: "Duel"