¿Quieres ser D.H. Lawrence?

En un movimiento lleno de astucia comercial recientemente editorial Planeta decidió reeditar “El amante de lady Chatterley” de D.H. Lawrence con una tapa que imita la estética de las cubiertas de la saga “Cincuenta sombras de Grey”. Es que la reciente trilogía de E.L. James provocó un nuevo interés por la literatura erótica  que no tardó en ser aprovechado por los empresarios del libro. De pronto la legendaria colección “Sonrisa vertical” de Tusquets estuvo disponible apadrinada por el diario argentino de mayor circulación, mientras nuevos autores de dudoso talento intentan subirse al fenómeno. En el medio de todo los amantes de las obras clásicas del Marqués de Sade, Leopold Sacher Masoch, Anaís Nin y Henry Miller – todos fundamentales para el desarrollo del género – se agarran la cabeza.

Antes que el sexo y el erotismo garantizaran ventas millonarias y un escándalo artificial, escribir acerca de los actos íntimos era algo peligroso. Sobre todo durante el siglo XIX, cuando a la mirada siempre condenatoria de la religión se le sumó el conservadurismo de la era victoriana, una coyuntura poco favorable para el libertinaje inmoral (recordar el juicio y condena a Oscar Wilde). Sin embargo, a pesar de escribir con posterioridad a ese periodo, ningún autor demostró la profundidad crítica que podía tener la literatura erótica como David Herbert Lawrence. Al reflejar las consecuencias que la industrialización tuvo sobre las relaciones del naciente siglo XX y la crisis del matrimonio clásico, el escritor nacido en Nottinghamshire sufrió el menosprecio crítico y acusaciones de obscenidad, además de tener opiniones que lo empujaron a un exilio que él llamó “peregrinaje salvaje”.  

 Es que el hombre detrás de libros como “Mujeres enamoradas” y “La serpiente emplumada” era un manojo de contradicciones. Su relación con la alemana Frieda Freiin von Richthofen lo transformó en un sujeto sospechoso para sus compatriotas durante la Gran Guerra, mientras que al pisar la Europa continental fue acusado de ser espía británico. Estos sucesos fueron definiendo su destino nómade, algo que lo llevó a vivir periodos en Italia, Australia, Sri Lanka, Estados Unidos, México y Francia. Paralelamente frecuentó a algunos de los escritores más importantes en lengua inglesa como Ford Madox Ford, Katherine Mandsfield, E.M. Forster y Aldous Huxley.

Ideológicamente era también un hombre complejo. Siempre desconfió de la capacidad de las masas para gobernar de una manera justa – alejándose de los movimientos socialistas y anarquistas de la época – pero se mostró enormemente progresista en su mirada sobre los géneros y las relaciones sexuales. Los relatos de “Heroínas modernas” rompen muchos estereotipos de la época, con damas inteligentes que se permiten la sensualidad y el erotismo.  A diferencia de la tradición literaria que reinaba a principios del siglo XX, la femineidad en estas páginas está lejos del sometimiento y de cubrir un lugar secundario al lado de su par masculino.  Su retrato de la homosexualidad también fue de avanzada y en su correspondencia afirmó: “Me gustaría saber por qué casi todo hombre que se aproximó a la grandeza tendió a la homosexualidad, sea esta admitida o no”.

Cuando D.H. Lawrence murió en Francia a los 44 años en 1930 su reputación era casi la de un pornógrafo sin patria. Dos años antes se había publicado una edición fuertemente censurada de “El amante de Lady Chatterlay”, ya que la versión más explícita había aterrado a los editores. Todo esto no evitó que tanto en EE.UU. como en Inglaterra la novela fuera censurada acusada de ser una publicación obscena. Recién en 1960, en un juicio mediático que llegó a discutirse en la Cámara de los Lores, el texto fue autorizado para su edición integra en suelo británico. El hecho tuvo una enorme influencia en la cultura de la época, siendo todo un símbolo para la liberación sexual que se avecinaba durante los siguientes años.


El párrafo que abre la novela bien puede aplicarse a nuestra era: “Vivimos en una época esencialmente trágica, por eso nos rehusamos a tomarla trágicamente. El cataclismo ya ocurrió y empezamos a buscar nuevas pequeñas zonas, a fundar nuevas pequeñas esperanzas. Es un trabajo demasiado rudo. No existe ahora ninguna ruta cómoda hacia el porvenir. Flanqueamos los obstáculos o nos deslizamos penosamente por debajo de ellos, Es necesario que vivamos, pese al derrumbe de tantos cielos”. El polémico escritor apátrida, tan denostado en vida, seguramente sonreiría al ver como su atrevimiento hoy es norma, arropado bajo una calculada maniobra de márketing.