En
un movimiento lleno de astucia comercial recientemente editorial Planeta decidió
reeditar “El amante de lady Chatterley” de D.H. Lawrence con una tapa que imita
la estética de las cubiertas de la saga “Cincuenta sombras de Grey”. Es que la
reciente trilogía de E.L. James provocó un nuevo interés por la literatura
erótica que no tardó en ser aprovechado
por los empresarios del libro. De pronto la legendaria colección “Sonrisa
vertical” de Tusquets estuvo disponible apadrinada por el diario argentino de
mayor circulación, mientras nuevos autores de dudoso talento intentan subirse
al fenómeno. En el medio de todo los amantes de las obras clásicas del Marqués
de Sade, Leopold Sacher Masoch, Anaís Nin y Henry Miller – todos fundamentales
para el desarrollo del género – se agarran la cabeza.
Antes
que el sexo y el erotismo garantizaran ventas millonarias y un escándalo artificial,
escribir acerca de los actos íntimos era algo peligroso. Sobre todo durante el
siglo XIX, cuando a la mirada siempre condenatoria de la religión se le sumó el
conservadurismo de la era victoriana, una coyuntura poco favorable para el
libertinaje inmoral (recordar el juicio y condena a Oscar Wilde). Sin embargo, a
pesar de escribir con posterioridad a ese periodo, ningún autor demostró la
profundidad crítica que podía tener la literatura erótica como David Herbert Lawrence.
Al reflejar las consecuencias que la industrialización tuvo sobre las
relaciones del naciente siglo XX y la crisis del matrimonio clásico, el
escritor nacido en Nottinghamshire sufrió el menosprecio crítico y acusaciones
de obscenidad, además de tener opiniones que lo empujaron a un exilio que él llamó
“peregrinaje salvaje”.
Ideológicamente
era también un hombre complejo. Siempre desconfió de la capacidad de las masas
para gobernar de una manera justa – alejándose de los movimientos socialistas y
anarquistas de la época – pero se mostró enormemente progresista en su mirada
sobre los géneros y las relaciones sexuales. Los relatos de “Heroínas modernas”
rompen muchos estereotipos de la época, con damas inteligentes que se permiten
la sensualidad y el erotismo. A diferencia de la tradición
literaria que reinaba a principios del siglo XX, la femineidad en estas páginas
está lejos del sometimiento y de cubrir un lugar secundario al lado de su par
masculino. Su
retrato de la homosexualidad también fue de avanzada y en su correspondencia
afirmó: “Me gustaría saber por qué casi todo hombre que se aproximó a la
grandeza tendió a la homosexualidad, sea esta admitida o no”.
Cuando D.H. Lawrence murió en Francia a los 44
años en 1930 su reputación era casi la de un pornógrafo sin patria. Dos años
antes se había publicado una edición fuertemente censurada de “El amante de
Lady Chatterlay”, ya que la versión más explícita había aterrado a los editores.
Todo esto no evitó que tanto en EE.UU. como en Inglaterra la novela fuera
censurada acusada de ser una publicación obscena. Recién en 1960, en un juicio
mediático que llegó a discutirse en la Cámara de los Lores, el texto fue
autorizado para su edición integra en suelo británico. El hecho tuvo una enorme
influencia en la cultura de la época, siendo todo un símbolo para la liberación
sexual que se avecinaba durante los siguientes años.
El
párrafo que abre la novela bien puede aplicarse a nuestra era: “Vivimos en una
época esencialmente trágica, por eso nos rehusamos a tomarla trágicamente. El
cataclismo ya ocurrió y empezamos a buscar nuevas pequeñas zonas, a fundar
nuevas pequeñas esperanzas. Es un trabajo demasiado rudo. No existe ahora
ninguna ruta cómoda hacia el porvenir. Flanqueamos los obstáculos o nos
deslizamos penosamente por debajo de ellos, Es necesario que vivamos, pese al
derrumbe de tantos cielos”. El polémico escritor apátrida, tan denostado en
vida, seguramente sonreiría al ver como su atrevimiento hoy es norma, arropado
bajo una calculada maniobra de márketing.